Ni yo diría que esta bicicleta tiene casi cien años de historia. La década de los 30 la vio nacer, y vivió el privilegio de rodar por las calles cuando la hegemonía y la arrogancia del coche no invadía (tanto) los espacios públicos de las ciudades. Esta joya perteneció a mi abuelo y va emparejada a la placa de 1968 que ya ilustró una entrada de este blog hace años, que hace referencia al último año que pagó el antiguo impuesto de circulación para bicicletas, o incluso el último que fue usada, pues ha estado almacenada durante décadas, vistiendo el traje de polvo y óxido que lucía cuando la rescaté para restaurarla hace un año y medio.
El pasado fin de semana vino cargado de emociones. La Criticona, que es el gran evento nacional que reúne las masas críticas de toda España en una ciudad diferente cada año, se celebró este pasado fin de semana en Pamplona, donde todos disfrutamos de una organización impecable, unos eventos inolvidables y disfrutamos pedaleando por la ciudad como hacemos cada mes en nuestras respectivas ciudades.
Fue divertido reencontrarme con caras conocidas desde tiempos de la primera Criticona que se celebró en Madrid en 2009, disfrutar de las fiestas del viernes y sobre todo la del sábado, viajar en furgoneta con amigos y en definitiva, de todas las vivencias que suelen traer este tipo de viajes y encuentros.
Disfrutar de la ciudad de Pamplona también fue un plus importante, tras mi última visita hace 23 años nada menos. Me encantaron sus zonas verdes, paseos, la gastronomía (incluyendo opciones veganas), planificación urbana y en general una infraestructura y regulación ciclista que, sin estar en el top nacional, mejora amplísimamente la calidad y extensión de la que tiene la ciudad de Málaga.
«Por aquí han pasado los trenes durante décadas» es uno de los muchos pensamientos que me invadían mientras recorría por primera vez esta joven vía verde que ha nacido hace muy poco al calor del desmantelamiento de las vías del tren gracias a unas obras de soterramiento conseguidas gracias a la lucha y unión sin precedentes de los vecinos del sur de Murcia, y que se vivió con especial intensidad a finales de 2017.
Otros pensamientos estaban relacionados con la barrera física que ha cercenado durante décadas pedanías como Los Dolores, San José de la Vega, Beniaján, Torreagüera o Los Ramos y la revitalización que ha supuesto devolver el espacio a las personas que lo habitan, y cómo la naturaleza, sin rencores, lo ha vuelto a habitar para hacer del espacio un lugar donde merece la pena vivir.
Sentí una envidia sana por esta etapa en la que ya no vivo en Murcia, pero defenderé, aplaudiré y disfrutaré siempre cada paso caminado en la dirección de una ciudad más sana y justa. Ojalá la Málaga que me acoge hoy en día sepa mirarse en este espejo de las ciudades que despiertan, ciudades verdes, caminables, saludables, lugares en los que se puede respirar y espacios urbanos cada vez más humanos.
Se puede decir que fue un propósito de 2022 cumplido in extremis, pero cumplido al fin y al cabo, y culminado en las primeras semanas del pasado mes de enero.
La fotogrametría es, según la Wikipedia, la técnica cuyo objeto es estudiar y definir con precisión la forma, dimensiones y posición en el espacio de un objeto cualquiera, utilizando esencialmente medidas hechas sobre una o varias fotografías de ese objeto. Es la base técnica de lo que se conoce coloquialmente como «fotoescaneo 3D».
Y así es como, gracias a más de 100 fotografías, el software Meshroom y los conocimientos de artistas como Gleb Alexandrov, conseguí abrir una nueva puerta a mayores posibilidades de creación de objetos 3D. No fue un camino recto, ya que requirió varios intentos, pero me ha llenado de satisfacción lograr completar el flujo de trabajo completo, incluyendo retopología de la geometría, y bake de las texturas.
Y con esta foto tan estereotípica tomada en el barrio malagueño de Sacaba despido este año raro que ya casi ha finalizado, con una rápida recapitulación.
Un año que comenzó con la renovación de mi PC habitual, un evento aparentemente mundano, pero cargado de simbolismo para mí, pues mi equipo anterior, que me había acompañado durante casi 9 años, es el equipo que me ha acompañado en casi toda mi trayectoria y con el que he creado casi todo mi portfolio como diseñador 3D.
Pronto llegarían efemérides curiosas como los 5 años desde la publicación de KISS: An Animated Show, que fue mi primer proyecto de animación y siendo el vídeo más visto en mi canal de Youtube, o el primer ‘cumpleaños’ de Benito, que además protagonizó Fast & Fluffy, mi último cortometraje animado.
La vuelta al tenis de mesa ha sido también una bonita experiencia, pues es un deporte que no practicaba desde los 16 años, y que tenía muchas ganas de recuperar.
Este año, además, este blog ha cumplido la friolera de 20 años, algo que me hace sentir una mezcla de orgullo, vértigo y también algo de nostalgia, por la época de auge de los blogs y la entonces web 2.0, cuando los usuarios aún éramos soberanos del contenido en la red, y no rellenábamos gratis los servidores de las redes sociales, creando contenido a capricho de los algoritmos.
Si renové mi PC tras 9 años, también di paso a Fastuc, mi nueva bicicleta, que sustituye a mi vieja leyenda tras 16 años de servicio, y con la que ya he vivido todo tipo de experiencias, desde viajes en bici por los pueblos de Segovia, hasta la gran Criticona Toperitona (masa crítica nacional anual) que este año se celebraba en Málaga y otras experiencias variadas, completando, junto con más experiencias personales, un año singular.
Conmemorar el momento de mi vida en que decidí apostar con contundencia por la bicicleta como medio de transporte es algo que hago algunos años, pero este año es especial por varias razones. Por un lado, se cumple ese aniversario redondo que recuerda esos tres lustros. Por otro lado coincide con la celebración de la Criticona en Málaga, que es la confluencia nacional de todas las masas críticas del país, cuya ciudad anfitriona va itinerando en cada ocasión.
Hace nada menos que 13 años, viajé a Madrid para asistir a la primera Criticona celebrada en España y también lo conté aquí, y no puedo ocultar la ilusión y expectación que me produce que una criticona se celebre en la ciudad en la que vivo.
Este es el camino que recorre la orilla del río Segura a su paso por la ciudad de Murcia, y era la excusa perfecta para recuperar mi serie de historias de la huerta. Hacía como seis años que escribí sobre el Reguerón, en el último post de esta serie, en gran parte porque he estado más de la mitad de ese tiempo viviendo en otras ciudades de España.
En algunas zonas como la ribera del río, Murcia ha cambiado mucho en los últimos años. Llámalo escepticismo acumulado, llámalo nostalgia o quizás por una vez han hecho las cosas bien esta ciudad, pero me ha sorprendido lo que he encontrado.
Aunque con un nombre muy poco original, copiado al calor de Madrid Rio, se ha creado un entramado bastante habitable con una variedad vegetal bastante interesante. Hasta se podría pasar por alto que ahora el carril bici en lugar de ser recto, nos obligue a serpentear entre los setos.
Ojalá este tipo de actuaciones se hicieran en zonas menos céntricas como la zona de vía recién soterrada, pero igualmente se agradece ese primer tramo revitalizado y renaturalizado, que hace iniciar el camino predispuesto a disfrutar la parte de senda ciclista que continúa tras dejar atrás la zona del Malecón, más salvaje pero igualmente interesante y disfrutable.
Mar de Tierras es la asociación que hay detrás de una iniciativa tan bonita y necesaria como Water Wheel, un viaje en bici que comenzó y terminó en la ciudad de Segovia, recorriendo poblaciones de la España vaciada con la intención de sensibilizar sobre la escasez de agua, haciéndonos conscientes sobre la cantidad que usamos en nuestra vida diaria, reflexionando y aprendiendo en compañía sobre cómo reducir nuestros residuos e impacto en el planeta.
¿Sostenibilidad, residuo cero y bicicletas en un mismo viaje? Era un reclamo demasiado atractivo como para no querer involucrarse, a pesar de la distancia que me separaba del punto de partida, y me planté en Madrid con mi bici y mis alforjas, para tomar el bus que llevaba a la mayoría del grupo hasta Segovia, donde nacía la ruta.
Durante cinco días, recorrimos diferentes poblaciones de Segovia y Valladolid descubriendo proyectos e iniciativas con la población local, y divulgando sobre el impacto de nuestro modelo de vida y consumo, siempre con un énfasis particular en acercarnos a la nula generación de residuos.
Una experiencia memorable con personas excepcionales que sin duda voy a recordar mucho tiempo.
Una de las decisiones más satisfactorias que he tomado este año, ha sido reencontrarme con el tenis de mesa, mi deporte por excelencia. Quien ya practique una actividad deportiva revitalizante, capaz de canalizar sus energías y de elevar el estado de ánimo, no tendrá ningún problema en entender a qué me refiero con ello.
Es un deporte que, bien por falta de tiempo, o sobre todo por falta de infraestructura o compañeros de mesa, he estado muchos años sin practicar, y no es una manera de hablar, ya que mi apogeo de actividad fue cuando tenía unos 16 o 17 años, la etapa donde aprendí por primera vez la técnica y cuando más oportunidades tuve de disfrutarlo. Ya en 2005 escribía sobre cómo lo añoraba, y finalmente, un montón de años después, mi nueva ciudad me brinda la posibilidad de volver a las canchas.
Que un proyecto propio cumpla nada menos que veinte años es algo que produce, como mínimo, cierto respeto. Veinte años son una eternidad en medidas de Internet.
Giingo acaba de cumplir veinte años de existencia, aunque en su inicio nació como la típica web personal de principios de los 2000, con su clásico pastiche de contenidos. A los pocos meses reconvertí esta web al formato blog, al calor de la moda que llevaba más o menos un año creciendo, y que permanece hasta hoy. Recordar que originalmente se llamaban weblogs y que pasaron a denominarse blogs cuando se convirtieron en moda, y haber vivido su época dorada en la llamada Web 2.0 es algo que me hace sentirme un poco viejo, aunque prefiero usar el término veterano. Y es desde luego un verdadero viaje en el tiempo comparar la persona de 18 años que creó esta web allá por 2002, y la de 38 años que hoy, por alguna razón, lo conmemora.
Esta captura que recupero con motivo del aniversario está llena de singularidades de aquella época, como la rígida maquetación no responsive, y elementos que hoy en día son rarezas del pasado pero que eran comunes en aquella época, como la sección de libro de visitas o el uso de alias o nicks para identificarse o los míticos banners de 88×31.
No sé cuánto más perdurará este extraño proyecto llamado Giingo, pero cumplir dos décadas al frente de este blog, por ahora, es algo que me inunda de nostalgia, pues soy uno de los pocos rebeldes que se aferran a esa época durada donde los usuarios éramos soberanos del contenido, antes de que llegaran las redes sociales tal y como las conocemos hoy en día, y cambiaran el contenido en Internet, seguramente para siempre.