Merece la pena ir al mercado local en bicicleta

No cabe más salud en una sola foto. No estoy contribuyendo a contaminar mi ciudad, me mantengo en forma, compro sin plástico ni residuos, y como sano. Casi nada, ¿verdad?

Hace cinco años escribí un artículo sobre ir en bicicleta a hacer la compra, y hoy en día sigo haciendo apología, aún más convencido si cabe, de realizar las compras cotidianas pedaleando sobre dos ruedas. Y esto es así porque las razones son hoy incluso más numerosas que entonces.

En realidad, todos los hábitos en los que trato de mejorar mi vida (y de paso, el mundo en el que vivo) acaban estando conectados, y eso no es casualidad en absoluto. Por ejemplo, otro frente de evolución personal que ha cobrado mucha intensidad en los últimos años es la concienciación sobre el sobreenvasado, los perjuicios del plástico y el cuidado en la no generación de residuos en general, los cuales fueron una evolución natural de la sensibilización con el medio ambiente que de una manera u otra siempre me ha acompañado.

El residuo cero y la movilidad sostenible (sin mencionar la practicidad en sí misma) no son los únicos frentes que están conectados aquí. Además, existe un nuevo factor latente que ha despertado paulatinamente, y es el comer sano. Y es que cada cosa por separado, inevitablemente, te va a llevar tarde o temprano a todas las demás si estás realmente interesado en realizar un verdadero cambio positivo en tu vida.

De modo que la cadena de beneficios es abrumadora. Comienzo montando en mi bicicleta, con lo que me pongo en forma y no contribuyo a la polución (una cuestión no solo medioambiental sino de salud pública, aparte del ahorro), aparco en la puerta o incluso uso la bici de carro de compra si es un mercado a pie de calle (gano tiempo, ahorro dinero), me desplazo al mercado local, donde compro sin envases y a productores locales o próximos (residuos, huella de carbono, economía local…) y finalmente en casa como sano, porque he elegido un mercado local para comprar, que se compone de facto de comercios de materias primas y no productos ultraprocesados e hiperenvasados. Aprender a diferenciar un alimento sano de un producto comestible marcó un punto de inflexión importante. Solamente desarrollando los puntos de este párrafo podría escribir una serie interminable de artículos, pero como resumen en sí, resulta una epifanía esclarecedora.

Y lo mejor de todo es que toda esta evolución no forma parte de ninguna disciplina rígida ni un reto complicado, sino un cambio progresivo y liberador.

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