Un mes sin azúcar (refinado)

Durante el pasado mes de noviembre decidí afrontar uno de tantos retos personales que me propongo esporádicamente, nada menos que eliminar totalmente durante 30 días el azúcar refinado. Parece a priori un reto vacío de revista femenina, pero tiene mucho sentido si se es consciente de todo lo que rodea al azúcar refinado en la alimentación. Además, a pesar de que la elección del mes lo ha hecho coincidir casualmente conel día mundial de la diabetes, este no deja de ser un hecho simbólico bonito.

En primer lugar, este reto ha sido simplemente un reto personal de “soy capaz y puedo” y una manera de experimentar con los hábitos. No es una dieta, no significa renunciar a los alimentos dulces, y no persigue perder peso ni un objetivo estético.

El objetivo es en primer lugar de superación personal y en segundo lugar pero no menos importante, de salud. El azúcar refinado tiene un valor nutricional nulo y su consumo elevado ocasiona problemas a medio y largo plazo que la mayoría ya conocemos. El problema no es ya solo de hábitos, sino hasta social y político, porque no es una mera cuestión de controlar los dulces, helados y golosinas, sino de que el azúcar está presente en una cantidad delirante de productos de “primera necesidad” de una forma insultante. Desde casos previsibles como el de las salsas, conservas y congelados, hasta algunos no tan obvio como el jamón de york, la rosquillas saladas o el pan de molde.

En resumen, abandonar el azúcar refinado no es tan sencillo como evitar el consumo de dulces y precocinados, sino que requiere ponerse en la piel de un inspector de sanidad, adoptando como nueva costumbre el escudriñado de los ingredientes de todos y cada uno de los alimentos que compramos, no solamente buscando “azúcar” en los ingredientes sino cualquiera de sus tramposos eufemismos y sinónimos (jarabe de glucosa, etc.).

La inquietante normalidad del azúcar

La industria alimentaria ha conseguido hacer del azúcar algo totalmente normal hasta tal punto que defender que los cereales y las galletas no son sanas puede acabar en un debate acalorado, o que no tiene sentido “ser tan radical de eliminar el azúcar refinado” si no eres diabético o tienes el nivel de azúcar alto. Evidentemente el reto de eliminar el azúcar durante un mes persigue solamente tomar perspectiva, de cara a generar nuevos hábitos que obviamente no serán tan radicales.

Casi adicción

Realmente hay gente con preferencias muy distintas sobre el salado y el dulce, pero para alguien especialmente goloso como yo, dejar el azúcar puede suponer algo más que un mero esfuerzo de voluntad. Yo lo equiparo al tabaco en el sentido de la necesidad que el cuerpo crea si se elimina de un organismo habituado al consumo de azúcar

No todo es blanco o negro

Evidentemente, evitar o minimizar el consumo de azúcar refinado no implica comer solo brócoli y renunciar al dulce para siempre. Hay que entender que hay muchos alimentos dulces que no contienen azúcar refinado, y muchos de ellos incluso naturales como la miel, la stevia o la fruta.

Acorralado como consumidor

Sobre la inteligencia a la hora de comprar alimentos se puede escribir mucho, pero es absolutamente imprescindible desarrollarla para defenderse del márketing agresivo de las empresas de alimentación. No hay reglas infalibles, pero generalmente y por sentido común, algunas de las que uso yo son:

  • En un mercado de abastos ofrecerá comida de mejor calidad y menos procesada que cualquier mediana y gran superficie
  • Cuanto más envasado esté producto y más colores y dibujos lleve, generalmente será menos sano
  • Evito productos procesados
  • Evito productos cono muchísimo márketing y nombres rimbombantes, que no indican qué son. ¿Habéis reparado en que casi ningún paquete de galletas pone la palabra galleta?
  • Evito todo lo que mi abuela no sabría qué es solamente mirando el producto. Esta parece de broma, pero me encanta, y la saqué del libro Food Rules de Michael Pollan.

Y hay muchas más reglas de sentido común que funcionan casi siempre, pero creo que eso se merece otra entrada aparte.

En las grandes superficies, casi todo lleva azúcar. No solamente todo lleva azúcar, sino que algunos productos de consumo habitual llevan una cantidad obscena de ella, como los cereales Smacks que llevan 43% de azúcar. No solo cosas de las que ya se conoce como las salsas y precongelados sino productos como las rosquillas o el pan de molde. En serio, ponte a mirar los ingredientes, te sorprenderás.

Industria vs. alimentación

En el mercado, todo está pensado para vender, no para alimentar. Es algo que no se debe olvidar nunca. Sí, está claro que existen unos controles sanitarios que velan por mantener ingredientes tóxicos lejos de nosotros, pero apenas hay medidas regulatorias sobre la calidad de la alimentación y los buenos hábitos, aunque últimamente he leído buenas noticias sobre ello como el impuesto a las bebidas azucaradas. Pero a pesar de todo, resulta bastante ingenuo el pensamiento «si fuera malo, no se podría vender».

Desprogramación mental

Para tomar consciencia de la situación, lo mejor es verlo desde fuera, y es una de las motivaciones de mi reto. Es más, ¿acaso no miramos escandalizados la dieta del estadounidense medio? Pues si no tomamos consciencia, con el paso de los años, ese escándalo se puede convertir en normalidad e indiferencia, porque llevamos el mismo camino.

Tomamos de media 112 gramos de azúcar y 10 gramos de sal y eso es en gran medida lo que nos impide disfrutar del sabor de las frutas, hortalizas, legumbres y otros alimentos saludables. Esto es mucho más que un proceso de desintoxicación, es, tal y como personalmente lo veo, casi un proceso de desprogramación mental.

Cuestión de precio

No es que la comida sana sea cara, es que la comida malsana (bollería, cereales azucarados, precocinados, etc.) es obscenamente barata, primero por la deficiente calidad y segundo porque seguramente esa diferencia de precio ya esté descontada a proveedores y trabajadores, igual que ocurre con la macroindustria textil.

Mi preparación para el reto

Antes de comenzar el reto, como preparación, tomé una serie de medidas para hacer más cómodo y sencillo llevarlo a cabo, como acabar los azucarillos que suelo tener siempre para cafés e infusiones, y no renovarlos. Las visitas fueron puestas en aviso de que, de querer azúcar, debían traer sus propios azucarillos.

Comencé haciendo pruebas esporádicas de tomar el café con stevia, y que las infusiones hace tiempo que me acostumbré a tomarlas de esa manera. Además, comencé a llevar stevia en el bolso para usarla siempre que tomara café fuera de casa, ya que además no ocupa apenas espacio.

Y finalmente, como preparativo psicológico, me suscribí a varios blogs interesantes e inspiradores que conocía previamente, como el blog de Julio Basulto o Gominolas de petróleo, cuyas lecturas siempre son útiles y motivadoras, y en este caso concreto, me hacen sentirme «acompañado».

Medidas adoptadas durante el reto

Durante el reto, traté de seguir los hábitos que había intentado dejar claros antes de comenzar. Mis nuevos dulces, caprichos y tentempiés ahora son la miel, la fruta (sobre todo kiwis y plátanos) y los frutos rojos como las frambuesas y los arándanos.

En cuanto a infusiones y cafés, consolidé mi hábito de tomarlo siempre con stevia (o directamente sin nada, en caso de tomarlo con leche) y de hecho es un hábito que he mantenido aún con el reto acabado.

Mi nuevo desayuno es distinto y comencé a habituarme un tiempo antes de comenzar el reto. Pasé de yogures azucarados con tostadas de pan de molde, queso de untar y mermelada, a tostadas de pan con tomate rayado, un yogur natural y un vaso de zumo puro de fruta sin azúcares añadidos (que además es ecológico y de producción local). Según como esté la despensa, también lo complemento con un plátano, arándano o fruta fácil de tomar sin cubiertos. Y es que en mi desayuno anterior, todo, absolutamente todo, llevaba azúcar, incluso el pan de molde.

Otro hábito, que a pesar de no ser alimenticio, me ha ayudado a controlar la gula de postre dulce, es lavarme los dientes rápido, pues esto me quita el hambre.

Conclusiones del reto

¿Y después, qué? Me lo han preguntado muchas personas. Como digo, no es una dieta ni el principio de un cambio de hábitos, sino un reto personal, con un principio y un fin. Personalmente me ha servido para experimentar con mis hábitos, mis límites, con mi alimentación y también con mi cerebro. Y digo con mi cerebro porque es totalmente cierto que el azúcar, independientemente de la repercusión fisiológica que tenga en el cuerpo, también influye en la percepción de los sabores de los alimentos menos dulces.

Particularmente, los efectos en cuanto a estado de ánimo, energía o ansiedad no los he notado de manera tan drástica como otras personas que han hecho el mismo reto, y eso que yo siempre he sido un goloso con sus seis letras, pero creo que en esto puede influir que yo ya procedo de un estilo de vida no sedentario que creo que ayuda bastante.

No voy a renunciar al merengue, el tiramisú, el helado, los flanes y las natillas, por nombrar algunas de las cosas que más me gustan en la vida, pero sí voy a heredar nuevos hábitos que iban asociados al reto. Por nombrar algunos, voy a seguir desayunando sin azúcar, a tomar yogur natural de postre en comidas y cenas y a tomar café e infusiones con stevia.

Cada persona debe ser libre para decidir qué hábitos son más beneficiosos para sí mismo, pero para ser libre, debe estar informado y tener plena consciencia. Por tanto, hay que aprender a defenderse de la industria alimentaria y saber cómo y por qué hacemos lo que hacemos, y comemos lo que comemos.

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