Un paseo no planeado por el margen del canal del Reguerón me inspiró para retomar mi sección de historias de la huerta, sobre todo al calor de la preocupación que siento por la huerta de Murcia, constantemente amenazada, y actualmente aún más, por los gobiernos municipal y autonómico.
El camino está mucho más cubierto de vegetación que la última vez que paseé por esta zona, tanto que apenas queda un pequeño hilillo de tierra por el que guiar las ruedas de mi bici, y con tanta y tan salvaje vegetación alrededor, que mis guantes y rodillas acabaron manchadas de verde.
En esta ocasión, el paseo fue mucho más lento de lo acostumbrado, incluso para ser ocioso, pues el leitmotiv de mi cabeza era un constante ¿durante cuánto tiempo podré seguir disfrutando de este paisaje antes de que acaben con él?
Aproveché el descubrimiento de un punto de bajada, para descender con mi bici al hombro hasta pisar con mis propios pies el cauce, algo que no había hecho nunca. A esa altura el cauce ya estaba seco (algo normal en esta época) pero tenía a mi alrededor un ecosistema privilegiado, repleto de cañas, plantas silvestres, insectos, pájaros. De hecho, el silencio era casi total, solamente el cantar de los pájaros y el zumbido de algunos insectos apenas desvirtuado por el murmullo lejano de la autovía que cruza a la altura de la pedanía de El Palmar.
De vuelta a la superficie, me animé a hacer un recorrido por los carriles cercanos que serpentean la huerta, deteniéndome en los trozos de paisaje que aún recuerdan lo que es la huerta en su origen. Algunas acequias que aún no han entubado, forman un ecosistema único, bordeadas casi siempre de cañas, zarzamoras e infinidad de vegetación, y que se van dividiendo en brazales, aún muchos al descubierto, con sus tradicionales tablachos para regular el tránsito del agua entre las distintas parcelas de huerta.
La huerta ya está amenazada permanentemente por el entubado sistemático de acequias, patrimonio cultural y biológico, y ahora además, en la zona sur, este área está amenazada por la construcción de una autovía, que redunda con la reciente carretera de tres carriles por sentido que ya aliviaba el tráfico en la zona sur.
La huerta de Murcia es como ese primer amor que nunca se olvida, y merece mucho la pena recorrerla (mejor en bici o andando) para observar el privilegio del que gozamos, antes de que nos roben también este recuerdo.
Quizás algún día enseñe mis fotos y me pregunten «¿dónde están los bancales, las acequias, los brazales y los árboles?» y yo me vea obligado a contestar «justo a tus pies, bajo el asfalto». Quizás algún día no nos pongamos en manos de gente totalmente ajena a los intereses de los huertanos. Ojalá entonces, aún no sea tarde.
3 Comments
Qué pena que siempre nos vemos de noche y me pierdo que me enseñes estos preciosos lugares, habrá que arreglarlo de alguna forma.
¡Eso tiene solución! ¡No voy a dejar que te pierdas semejantes bondades! ;)
[…] para recuperar mi serie de historias de la huerta. Hacía como seis años que escribí sobre el Reguerón, en el último post de esta serie, en gran parte porque he estado más de la mitad de ese tiempo […]