Málaga es la tercera ciudad en la que he vivido durante los últimos cinco años. Sin ser una persona especialmente nómada, haber movido durante este tiempo mi vida 1600 kilómetros no es suficiente para descubrir de cuántas maneras se puede vivir en cada lugar, pero sí para mantener alerta mi capacidad para sorprenderme, aprender y dejarme abrazar por las infinitas maneras de vivir. Me gusta el sur. Yo soy murciano de nacimiento, así que este trocito de España se parece bastante a lo que he llamado hogar durante buena parte de mi vida.
Aún me estoy sacudiendo el polvo del aterrizaje en esta bella tierra, pero con un nuevo habitáculo al que llamar hogar, las cosas van fluyendo mucho mejor, y voy recuperando las viejas rutinas poco a poco. Algún día haré un elogio a la rutina, esa palabra tan desprestigiada.
Una lesión en mi rodilla me ha mantenido apartado de la bicicleta este tiempo en el sur, pero he hecho pequeñas incursiones con prudencia, y, aunque en este aspecto es muy diferente a Barcelona, me muero de ganas de recorrerla con más asiduidad y aprenderme poco a poco todas las zonas interesantes como los mejores jardines, los mercados de abastos, las cafeterías y heladerías, un nuevo tostador de café local de confianza que ya he seleccionado, los trayectos más adecuados para mis rutas más frecuentes, y el sinfín de detalles personales que van a rellenar el mapa de la ciudad de mi cabeza.