A principios del siglo XX, era común el uso de canarios en las puertas de las minas de carbón, como medio para alertar tempranamente sobre la presencia de un compuesto tóxico llamado grisú. Al ser más sensibles que los humanos a la presencia en pequeñas concentraciones, su muerte era usada como un avisador de peligro inminente.
Dejando aparte una crueldad animal con la que no comulgo, hace años que traslado el mecanismo de esta práctica a la vida personal. El concepto es simple: identificar indicadores externos que hagan las veces de «canario» antes de que las consecuencias negativas se materialicen.
El contexto en el que más me ayuda esta técnica es en la prevención del estrés y la acumulación de desorden en la vida personal y las rutinas. A menudo, llegamos a estas situaciones progresivamente, sin darnos cuenta, arrastrados por circunstancias que se suceden o se prolongan, pero prestar atención a cuánto tiempo dedico a leer, con qué frecuencia cuido mi jardín más allá del riego, o incluso el hecho de escribir en mi blog es en mi caso una manera de detectar con antelación que la locomotora que conduce mi vida podría estar poco a poco saliéndose de sus raíles.
Esos son algunos de mis canarios de la puerta de mi mina. El más reciente que he incorporado es cuánto me muevo en bicicleta solo por el hecho de pasear y disfrutar del trayecto, más allá de mis desplazamientos cotidianos, un pájaro al que quizás pronto le dedique una entrada aparte.