Estos días he recordado cómo hace ya unas cuantas semanas se cumplían dos años desde que decidí mudarme a Barcelona. Ha sido un período voraginoso en el que se sucedió una cantidad de acontecimientos imposibles de vaticinar aquella mañana temprano en Murcia que estaba cargando mi coche en Murcia con las cajas de mudanza.
En dos años han sucedido varios cambios laborales importantes, una pandemia mundial, dolorosas pérdidas, once proyectos personales, la exploración de bellísimos rincones de Cataluña, y por supuesto grandes momentos personales, incluyendo logros y victorias, y el descubrimiento de personas maravillosas.
Creo que no he esperado tanto la culminación de una floración en el pasado. El pasado mes de octubre regresé a casa después de una semana fuera, y al revisar el jardín encontré lo que inicialmente parecía un crecimiento repentino, pero, con el paso de las semanas comprobé que en realidad estaba presenciando el inicio del desarrollo de su primera vara floral.
Mi Kalanchoe orgyalis no había florecido nunca antes durante los diez años que ha pasado conmigo, y no tenía una idea de cómo serían sus flores. Me prometí no buscar imágenes en Internet para conservar la sorpresa, pero esa sorpresa se hizo esperar medio año.
Seis meses casi exactos tardó desde el inicio de la vara floral hasta que se abrió la primera flor. Durante mucho tiempo, especialmente los últimos meses, comprobaba casi cada día si alguna de las flores había comenzado a abrirse, puesto que con bastante antelación ya empezaba a adivinarse el color amarillo que iba a tener, pero no fue hasta hace unas pocas semanas que me regaló la primera floración.
A decir verdad, estas no son las flores más llamativas de entre los kalanchoes que conozco (sobre todo comparadas con las del popular K. blossfeldiana o el K. daigremontiana), pero lo más bonito es que todo el proceso de floración se ha sincronizado con el transcurso de un eposodio personal de mi vida, razón por la cual ya merece sobradamente esta mención.