Soy una persona que valora mucho los rituales orientados a la depuración de emociones y estados de ánimo producto de una vida urbana, apresurada, y no ocasionalmente deshumanizada. Son como pequeñas «ceremonias de sanación» para mantener el equilibrio, algo que puede sonar demasiado poético, pero que en la práctica lo tiene todo de práctico y terrenal.
Cada persona acaba encontrando las rutinas que le funcionan, según su grado de inquietud e instrospección. Yo, por ejemplo, ya tengo varias, como la lectura (asegurando un espacio cómodo y tiempo mínimo suficiente) o la pintura (algo perdido hace años, pero que quiero recuperar). Mis «ceremonias de jardinería» son un tercer ejemplo de ello, desde sesiones más cortas e improvisadas de riego, saneamiento y algo de limpieza, hasta otras más profundas e intensas como la que ilustra esta entrada.