Este es un capítulo más de mi relación de amor y odio con el libro electrónico. La historia de lo difícil que es hacer las cosas bien cuando «el dueño de todo» te pone una zancadilla detrás de otra. Después de la última vez que regalé mi dinero a cambio de nada comprando un libro con DRM, hace unos días volví a intentar ser legal, y volví a meter la pata (el hombre es el único animal que… ya lo sé, pero mis intenciones son buenas).
Viene a resultar que un alma caritativa, me prestó un libro en papel, pensando que podría ser de mi agrado, y comencé a leerlo. El libro en cuestión se llama Vagabundo, de Xavi Narro, y es una especie de diario de viaje, de la aventura que le llevó a dejar su trabajo y dar una vuelta al mundo en bici durante quince meses. Su lectura resulta apasionante a cualquiera que le inspiren este tipo de historias, pero desgraciadamente lo que me motiva a escribir este nuevo capítulo no son las bondades del libro (que las tiene) sino mi último encontronazo con el «establishment» del libro electrónico actual.
Pues fíjate, estoy tan acostumbrado a la comodidad del libro electrónico, que renuncié a leer gratis el ejemplar en papel que me habían prestado, y estuve dispuesto a pagar de nuevo una cantidad por un ejemplar digital. Una primera búsqueda me llevó a la tienda Agapea, donde ponía de manera bastante clara que podía comprarlo por el módico precio de 5,22€, junto a un indicador que expresaba textualmente «Formato: Epub Sin DRM».
Como ya aprendí de mi experiencia comprando en Casa del Libro, solo compro si encuentro especificado claramente que no lleva DRM, y en este caso incluso se especifica el formato del archivo, así que a los pocos minutos lo tenía pagado y comprado.
Entonces, ¿en qué momento se torcieron las cosas?
El primer fiasco surge cuando, una vez comprado, le doy impaciente al enlace de descargar libro.
Como su nombre indica, cualquiera pensaría que al pulsar ese enlace se iniciaría un proceso de descarga. Pero no. Ese enlace me lleva a una pantalla donde al parecer tengo que hacerme otra cuenta, aparte de la de la tienda que usé para comprar, en este caso en Tagus, y esto es algo de lo que no se avisa en ningún momento.
Me molestó mucho enterarme después de haber pagado, pero di mi brazo a torcer e intenté hacerme una cuenta, con la sorpresa de que el formulario (el de la derecha, en la imagen) no funciona, me remite continuamente de nuevo a la misma página.
Entonces respiro profundo, me relajo, y dado que era sábado, decido esperar al lunes siguiente para llamar al servicio de atención, que solo funciona de lunes a viernes, dado que no tienen ninguna otra forma de contacto aparte del teléfono (una tienda sin correo electrónico, muy del siglo XXI).
Las cosas aún pueden ir a peor
La llamada que realicé el lunes no tiene desperdicio ninguno, ojalá la hubiera grabado por si algún lector se muestra incrédulo. Bueno, ellos sí, porque como bien dice la locución telefónica, la graban porque les preocupa muchísimo mi seguridad.
La conclusión reiterada de la llamada es que aunque el libro no contenga DRM, tengo que instalar el programa Adobe Digital Editions.
Me quedé estupefacto, ¿qué pintan los señores de Adobe metiendo las narices en mi ordenador? Esa pregunta ya me la hice cuando compré mi primer y único libro con DRM, pero es que ahora me pregunto, ¿qué hacen metiendo las narices hasta en los libros que no están «amparados» por esa protección?
La pobre teleoperadora me lo repitió en varias ocasiones, que si me instalaba ese software podría descargar el libro.
– «Pero señorita, aunque quisiera instalar ese software en mi ordenador (que no quiero), no podría porque tengo Linux y solo están soportados los sistemas Windows y Mac».
Lo que también me dejó claro es que, a pesar de que no había podido descargar el libro, la tienda Agapea no me iba a devolver el dinero.
Para rematar las cosas, parece ser que en Agapea no existe ninguna función para dar de baja la cuenta, y tendré que volver a llamar por teléfono para que eliminen mis datos.
Reflexiones finales y conclusión
Nunca acabo de forjar conclusiones definitivas. Tengo principios. Uno de ellos es que me gusta hacer las cosas bien, y tengo civismo y sentido del respeto por el trabajo de los demás (en este caso el autor del libro), pero otro principio también es que no me gusta que me obliguen a instalar un software para controlarme por si me porto mal, que encima es de Adobe, una empresa que me cae bastante, bastante mal.
¿Lo ideal para mí? Tú me vendes tu producto y yo te pago, y ahí acaba tu relación y la mía. A partir de ahí, yo gestiono el uso del que ahora es MI producto.
Lo que está ocurriendo ahora mismo en la industria del libro es algo que no se ha visto ni en el sector de la música, el cine o los videojuegos, donde las grandes corporaciones siempre han hecho todos los esfuerzos posibles para tratar de controlar a toda costa el uso que hacen los clientes de sus contenidos.
Imaginad que para contratar el seguro del coche, tengamos que llevar de copiloto a un inspector del seguro todo el tiempo, porque ellos consideran que es necesario para asegurar que se cumplen todas las cláusulas del contrato.
Por suerte gracias al formato electrónico, ahora las editoriales independientes e incluso los autores, tienen medios para crear sus propias infraestructuras de publicación, y es una oportunidad muy importante que en mi opinión deberían aprovechar.
Ahora lo tengo definitivamente claro. Solamente voy a comprar a editoriales como PacktPublishing, proyectos de publicación independientes como Orgullo y Satisfacción, o autores independientes como Valentina Thorner, por citar solo tres ejemplos de experiencias de compra satisfactorias. Como decía antes, «yo te doy el dinero y tú me das el libro», como se ha hecho desde siempre.
Un consejo, vendedores de libros. No tratéis de controlar, porque los celos y la desconfianza matan las relaciones.
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[…] en varias ocasiones (Mi aventura con el libro electrónico – primera parte, segunda parte, y tercera parte) explicando el via […]