Esclavitud activa, esclavitud pasiva

estetica

Hace muchos años que una persona cercana, analizando cuestiones filosóficas sobre el concepto de libertad, me preguntó si el ser humano era libre, y, sin darme tiempo a responder, me preguntó si yo era libre. La respuesta, sabiéndome habitante de un país desarrollado y en época de paz como punto de partida, fue casi mecánica: «sí». La respuesta a mi inocente y previsible contestación, doy fe, estaba preparada para salir, en la boca de esa persona, antes de que yo contestara nada: «¿Saldrías ahora mismo a la calle vestido de payaso?». Sé que mucha gente contestaría que sí, en un alarde de autosuperación y ausencia de complejos, pero el ejemplo era válido para que un entonces preadolescente no tan superado como yo pudiera captar el mensaje.

No es la primera vez que hablo sobre la libertad inconsciente del ser humano, pero la parte de esa libertad que obedece a las normas estéticas es un tema que daría para hacer un blog solamente hablando de ello. A pesar de todo, yo solamente quiero dar una pincelada.

La influencia y la presión que ejerce «la sociedad» (llamemos sociedad al conjunto de elementos externos que nos influyen desde el día que nacemos, desde seres queridos hasta medios de comunicación) es tan constante e intensa que nuestro camino se encuentra perfectamente delimitado e inmaculadamente pavimentado mucho antes de que tengamos la capacidad de razonar y adquirir un criterio propio. Es por eso que resulta muy fácil (y frecuente) que en cualquier momento de nuestra vida busquemos, rechacemos o queramos cosas sin conocer ni plantearnos el motivo. La TV, el cine, la prensa, las revistas o la publicidad por sí misma, siempre han tenido una clara vocación: inculcar los valores que les permitan perpetuar su actividad de manera próspera (a veces, incluso especulativa). Eso no es malo per se, porque es una actitud tan darwiniana como la propia y básica supervivencia. El problema es la responsabilidad que tienen todos esos elementos como factor de influencia. Y como obviamente es algo imposible de regular y controlar ya que no se pueden colocar diques al mar, la solución pasa por emplear la misma fuerza en sentido contrario, fomentando el pensamiento crítico y la gestación de un criterio propio y sólido a través de todos los medios posibles (educación, entorno familiar, medios públicos, etc.).

Sin entrar en el concepto y estereotipo de lo que se pueda llamar belleza o estética agradable (eso necesita un post aparte, merece la pena) y volviendo a la libertad en estética, esto es lo que genera situaciones que a todo el mundo le resultan tan familiares como que, dicho coloquialmente, los gordos salen con gordos, los feos están con feos, un guapo sólo busca guapas, y que en base a la clasificación que impone «la sociedad» las personas tengan acceso o no a diferentes estratos sociales (también artificiales por otra parte). Es también lo que genera que algunas personas además elijan la compañía de una persona basándose más en la aceptación externa que en su gusto innato y personal. ¿Cuántas veces hemos escuchado a alguien, aunque disfrazándolo de inofensivo chascarrillo, espetar su sorpresa porque una pareja se encuentra desigualada en su estatus estético?, es decir, cosas como: «¿cómo puede estar ese hombre tan guapo con la gorda esa?».

Los estereotipos estéticos que se fomentan activa o pasivamente no sólo influyen en la manera en que uno cree que quiere (o debe) ser sino también en la que uno cree que los demás quieren (o deben) verle. Me explico diciendo que esto no solamente influye a la hora de, por ejemplo, querer obedecer el estereotipo, sino que también las personas que nos rodean lo hagan. No es raro que por este motivo mucha gente elija físicamente a su pareja por el estatus que le va a proporcionar.

La presión de «la sociedad» es tan intensa porque además de tratar de influir externamente, lo hace internamente, como un caballo de Troya a través de las personas de nuestro entorno más cercano. Es decir, tras ignorar la presión del cine, la TV y sobre todo la publicidad, aún tenemos que hacer el esfuerzo de ser impermeables a las opiniones de las personas de nuestro entorno cercano, y ahí la influencia sí es más fuerte y muchas veces inconsciente, porque las personas de nuestro círculo más cercano tienen una credibilidad inherente a su posición en nuestra vida, y es complicado filtrar qué influencias aceptar y cuáles no, de una persona a la que se le atribuye confianza. Como digo, la presión y la influencia, si no lo ha hecho ya con el cine, la TV o la publicidad, aún lo puede hacer a través de esas personas.

La debilidad y permeabilidad son inherentes al hecho de ser humano, no se pueden cambiar y hay que aceptarlos, por tanto no es la fragilidad humana lo que se debe paliar, sino la exposición a las influencias que corran el riesgo de alterar nuestro propio criterio. A pesar de eso, y para no ponerme excesivamente distópico, cabe decir que por suerte la falta de criterio estético propio (en pro del estándar impuesto pasivamente) no es una plaga inevitable e incurable y que la mejor ‘medicina’ es tener una mente abierta, cultivar el criterio propio y procurar no exponerse demasiado a la radiación de influencias. Lo que es importante reseñar es que el criterio propio de lo estético es personal e intransferible, y cuando se adopta el criterio de «la sociedad», el propio no desaparece ni se reemplaza, sino que sencillamente se inhibe, y este proceso es la verdadera y única fuente de frustraciones para uno mismo y probablemente también para quienes nos rodean.

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