Hoy ha sido un día de lluvia y frío en Murcia. Si ya me sienta bien ir en bici todos los días al trabajo, es aún más reconfortante cuando llueve, porque la ‘pequeña’ recompensa al relativo esfuerzo de pedalear cada día es librarse de atascos, tardar siempre lo mismo en llegar, olvidarse de gorrillas aparcacoches, de gente enfadada tocando el claxon, de malos humos y de facturas de combustible. Es, aunque suene ridículo, sentirse libre.
Al regresar a casa y coincidiendo en un semáforo en rojo, me dice una mujer mayor en moto «¡cómo os apañáis los jóvenes!». Imagino que lo diría al ver mi maleta y el libro que llevaba atado a ésta, pensando «pobrecito, tiene que volver de estudiar lloviendo y en bici». Ese inocente comentario me hizo recordar la imagen que aún se tiene muchas veces de la bicicleta, que cuando uno ve a una persona joven en bici suele pensar que lo hace porque aún no se puede comprar un coche, que es una persona sin recursos que intenta salir adelante con pocos medios (más o menos como los inmigrantes en bici). Y no solo no siempre es así, sino que cada vez lo es menos.
La bicicleta ya no es de pobres, niños, deportistas, hippies ni ecologistas. Ahora es más que nunca lo que siempre fue: un medio de transporte universal, limpio y democrático, que cada vez está (y estará) más presente en nuestra vida diaria.